sábado, 14 de mayo de 2011

DECIR LO QUE SIENTO

Cuando llegué al trabajo, coloqué el bolso en mi mesa y me preparé para comenzar mi jornada laboral. Llegar antes tiene sus ventajas, así que pensé en tomarme un café. En la empresa disponemos de una cafetera, que casi siempre preparo yo, ya que suelo ser la primera en llegar.

Efectivamente, la cafetera estaba vacía, le dí un agua e hice café. Tenía que organizar el día, así que comencé recordando las llamadas que tenía pendientes, intentando visualizar mi agenda. En ese momento, oí una voz. Era Carmen la recepcionista.

Encontrarme a solas con ella en la oficina, siempre era una agonía para mí, ya que le daba por contarme sus problemas personales y se alargaba en unas explicaciones en las cuales no podías añadir nada porque no te dejaba meter baza.

Tomé un sorbo de café e intenté escuchar lo que decía… Si... estaba hablando sin parar… algo de la boda de una prima.

No podía más así que finalmente decidí cortar con su monólogo:
- ¡PERDONA! - interrumpí – en ese momento se generó un incomodo silencio y es que realmente, creo que alcé, quizás, demasiado la voz. Dándome cuenta de ello, intenté resolverlo hablando más bajo y de una forma más lenta:
- Disculpa – rectifiqué – creo que he oído el teléfono.
- ¿A sí? – dijo. Miró el reloj, eran las 9 y 10 – Es tardísimo – continuó – me voy a la centralita, luego te lo cuento todo. Y salió corriendo a su puesto de trabajo.
Mi café se había quedado helado, así que opté por irme a mi mesa y pensé que luego ya tendría tiempo de tomarme otro.

Llegando a ella, sonó mi teléfono, era Carmen:
- Dime – le dije, descolgando el auricular.
- Es Roberto, te paso – y me lo pasó.
- Ángela, soy Roberto… hoy me va a ser imposible pasarme por la oficina, la reunión que tengo a y media tiene pinta de que se va a alargar. He pensado que podrías mirar mi agenda y hacer las llamadas que tengo pendientes para hoy.
Roberto, era mi compañero, él y yo éramos los encargados de hacer las llamadas del departamento de ventas, pero cuando nuestro jefe tenía alguna reunión importante, siempre contaba con él, al principio no le dí importancia, pero con el tiempo, me repateaba cada vez que se lo llevaba a alguna reunión y más si encima se me duplicaba el trabajo al realizar el suyo. Intenté protestar:
- Mira Roberto, hoy tengo un día de locos, no sé si seré capaz de poder llevar las dos agendas.
- Casualmente tengo el manos libres puesto – contestó él – y Manu dice que si no puedes pues nada que le pases mi agenda a Carmen y que vaya llamando ella lo que pueda.
En ese momento, me quería morir, Manu era el Sr. Manuel Sanabria, nuestro jefe. Así no me extraña que nunca me dé más responsabilidad, pensé.
- Déjalo Roberto – dije – estoy segura que si me pongo enseguida, podré hacerlo yo.
- Esa es mi chica – dijo Roberto y colgó
“Esa es mi chica”, pero bueno, que chica pensé, esa es la típica expresión que le dedicas a un niño o a un perro, pero a un compañero de igual rango. Estaba claro que hoy no era de mis mejores días. Miré la hora, ya eran las 9.45 y pensé: - He llegado hace 1 hora y ya tengo ganas de irme a mi casa.

El día fue pasando como un suspiro, las llamadas, parecían no tener fín y los resultados tampoco fueron buenos, no conseguí vender nada y es que no estaba motivada, sino demasiado pendiente de terminar el excesivo trabajo. Y es que no dejaba de pensar en el Sr. Sanabria y me imaginaba sus palabras sino terminaba con las dos agendas
- ¿Cómo puede ser que no hayas podido terminar las llamadas? – me diría - ¿Es qué te has dedicado a hablar todo el día con la recepcionista? O ¿qué?
Y es que el Sr. Sanabria, conocía de sobra la habilidad que tenía Carmen para hablar sin parar, con el inconveniente para mí de que al ser solo nosotras dos, las chicas de la oficina, debía pensar que era de obligado cumplimiento que charlásemos todos los días de cosas mundanas.

Miré el reloj, las 5 menos 10, es tardísimo y me quedan 3 llamadas por hacer. En la primera no me contestó nadie. En la segunda no estaba la persona responsable de las compras de la empresa y la en tercera no me hicieron ni caso. Pero había terminado. Eran las 5 y 5.
- ¡Bien! – dije en voz alta y me relajé. Había terminado. En ese momento ví entrar a Roberto con el Sr. Sanabria, venían charlando, con tono distendido, pasaron por delante de mi mesa y oí - Pásate por mi despacho.
Me levanté como una exhalación.
- Tengo que estar tranquila – pensé – me han pedido que acabe mi trabajo y lo he hecho, así que tranquila.
El Sr. Sanabria estaba en su silla y Roberto se reía sentado delante de él, por los comentarios que acababan de hacer.
- Pasa y siéntate – dijo el Sr. Sanabria y así lo hice.
Roberto no dejaba de reir y de hacer comentarios varios sobre la reunión a la que habían asistido juntos. Yo estaba callada.
- Oir, ver y callar – pensé. No quería incomodar.
Noté la mirada del Sr. Sanabria sobre mi, y levanté la cabeza.
- ¿Cuánto has vendido hoy Ángela? – preguntó de repente.
Me quedé confusa, por qué no me preguntaba si había hecho lo que él me había mandado. Tenía todo hecho y mi respuesta era clara, pero ¿Cuánto has vendido hoy?...
- Ángela, te he hecho una pregunta – replicó el Sr. Sanabria.
- No he tenido suerte – contesté.
En ese momento, pensé:
- Tierra trágame, que tipo de respuesta es esa, es que no tienes ni idea de cómo funcionan los trabajos. Dios mío! Me he empecinado en terminar con las llamadas y no en lo que estaría salvándome ahora el culo: Haber vendido algo. Me he dejado llevar y he perdido objetividad.
- Ya hace tiempo que quiero hablar contigo Ángela – dijo el Sr. Sanabria – no te veo centrada, es por ello, que siempre cuento más con Roberto que contigo.
Miré a Roberto, no decía nada, solo se miraba las manos.
- Creo que eres una persona muy válida – continuó hablando el Sr. Sanabria – pero en esta empresa no conseguimos sacarte tu mejor potencial, por ello, y muy a mi pesar, creo que deberías buscar una empresa, que te permita crecer como persona y como profesional al nivel que te mereces. Por tanto, he pensado, que voy a darte un margen de 2 meses para que encuentres esa empresa y luego firmes tu baja en ésta.
No me lo podía creer, pretendía echarme pero lo quería hacer gratis. Me sentí humillada, primero, por tratar ese tema delante de un compañero y segundo por creerme tan idiota. Sentía que me hervía la sangre, tenía ganas de decirle que él era el culpable de mi poca motivación con sus indiferencias durante estos 6 años y sobretodo desde que hace 1 y medio llegó Roberto al departamento. Quería decirle que era un machista y que jamás tuvo un apéndice de líder. Tantas cosas se me pasaron por la cabeza que finalmente dije:
- Sr. Sanabria, si su intención es desestimar mis servicios en esta empresa, le aconsejo que me finiquite. En caso contrario, continuaré con mis tareas habituales. Y como hoy, he finalizado con ellas, y siendo ya las 5 y media, me despido hasta mañana que vendré como siempre a las 9.
No hubo respuesta, así que salí del despacho y me fui a casa.

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