sábado, 14 de mayo de 2011

AVELINO

Cuando Anna me llamó, solo dijo una frase:
- Necesito hablar contigo.
Yo no tenía mucho tiempo para nadie ese día, pero intuí que era importante, así que le contesté:
- Vente hoy sobre las 5.
Anna colgó el teléfono y yo me quedé pensativa. Me había pedido ayuda en muchas ocasiones pero nunca de esta forma, normalmente, me llamaba con voz compungida y siempre me adelantaba algo, cosa que a mi me permitía prepararme para lo que se avecinaba, pero en esta ocasión no había sido así.

Eran las 4 y media y sonó el timbre de la puerta:
- ¿Quién es? – dije contestando al telefonillo.
- Soy Anna – respondió
La puntualidad jamás había sido su fuerte y hoy llegaba antes de hora.
- ¡Increíble! – pensé
Este hecho, hacía que mi curiosidad fuera en aumento.

Oí como llegaba el ascensor a mi planta, sonó el timbre, abrí la puerta y era ella.
- Pasa – le dije
Entró en casa con la cabeza baja y mirada triste.
- ¿Quieres algo? ¿Un café? – pregunté
- No gracias – me contestó – quizás un vaso de agua.
Acercándome a coger un vaso, ella empezó a hablar:
- Mira, no quisiera molestarte, pero necesito hablar con alguien.
- Está bien – dije – ¿Qué ocurre?
- Se trata de Lino – dijo.
Lino era su pareja desde hacía 3 años y ya llevaban 2 viviendo en casa de Anna. Él nunca había sido santo de mi devoción, pero Anna era mi hermana y siempre intenté respetar sus decisiones.
- Hemos discutido – continuó.
Yo no quería caer en los tópicos y decirle que las parejas siempre discuten, preferí dejarla hablar y ella siguió:
- Esta vez es muy serio, porqué de esta discusión dependerá la vida de una persona.
- No lo entiendo – le dije – Haber ¿Qué ha pasado?
- Resulta que Lino quiere ponerle su nombre a nuestro primer hijo si es un niño – me dijo con voz indignada.
- Bueno – dije – eso es lo que dice ahora, quizás cuando llegue el momento llegáis a un acuerdo.
- ¡No lo creo! Se ha puesto muy pesado.
A mi futuro cuñado le llamábamos Lino, por abreviar su nombre: Avelino. Este nombre no fue un capricho de sus padres, Anna me había contado que durante más de 10 generaciones todos los hijos primogénitos de su familia se llamaban así por tradición. Y por lo visto, él no quería romperla.

Estábamos sentadas en la mesa de la cocina, cuando de repente, sonó el timbre. Yo miré el reloj que tengo colgado en la pared, eran las 5 y 10 y yo no espera la visita de nadie.
- ¿Quién es? – dije levantando el telefonillo.
- Soy Avelino – contestó.
Anna me miró extrañada.
- Yo no le he dicho que venía a verte – me dijo.
Le dí al botón para abrir la puerta de la calle
- ¡No! – gritó Anna - ¡No tengo ganas de hablar con él!
Pero era demasiado tarde, yo ya había abierto. Tuve la sensación de haber metido la pata, pero ¿Qué podía hacer? – Pensé – Aunque la verdad es que abrí sin pensar. Quizás debía haberle preguntado a Anna y en todo caso, no dejarle subir, ¡En fin! A lo hecho pecho – pensé.

Abrí la puerta de casa y vi a Lino salir del ascensor, traía cara de enfado, entró en mi casa y saludó:
- ¡Hola Raquel!
- ¡Hola! – le contesté
Se dirigió hacía Anna:
- ¡Sabía que te encontraría hablando con tu hermana! ¿Qué has venido a ponerla al corriente de nuestra vida?
- ¡Voy donde quiero! – contestó ella.
- No me gusta que vayas contando por ahí nuestros asuntos – dijo Lino.
Me sentía fuera de lugar en mi propia casa, me pareció que esa conversación deberían de tenerla en otro lugar, así que me armé de valor y dije:
- ¡Disculpad! No quiero meterme donde no me llaman, pero no creo que debáis discutir aquí
- Es Anna la que se ha ido de casa dejándome con la palabra en la boca- contestó Lino – Si vino a tu casa sin zanjar esta discusión, no es mi problema, pero este tema lo tenemos que resolver hoy, llevamos 2 meses, dándole vueltas a ésto.
- ¡Pero hombre! – dije – De aquí a qué vayáis a buscar al bebe, tenéis tiempo de llegar a un acuerdo.
- ¿No se lo has dicho? – dijo Lino dirigiéndose a mi hermana.
- ¡No! – contestó
- Decirme ¿qué? –pregunté y él me contestó:
- Qué tu hermana está embarazada.
Me quedé sin palabras.
- Luego dices que soy yo, la que va comentando nuestras cosas – dijo Anna.
Yo estaba en shock, no me lo podía creer.
- Raquel, ¡lo siento! No quería que te enteraras así – me dijo Anna – No lo íbamos buscando. Ha venido sin más.
- No le des tantas explicaciones a tu hermana - dijo Lino.
- Es que yo quería contárselo tranquilamente, para que no le afectase tanto – le dijo Anna.
- ¡Qué tontería! - dijo Lino.
Mis sentimientos eran contradictorios, por un lado sentía alegría por otro lado envidia.
- No seas impertinente – le dijo Anna a Lino – Será mejor que nos vayamos.
Anna cogió su bolso, se acercó a mí y me dio un beso en la mejilla. Y mirándome con cariño me dijo:
- Lo siento. Te llamo mañana.
No contesté, abrí la puerta de casa y vi como salían por ella mi hermana y su novio.
Me quedé sola, en silencio. Tuve ganas de llorar, pero no lo hice… ya había llorado demasiado, tiempo atrás. Ellos discuten por un nombre, como si ésto fuera importante… lo que daría yo, por tener algún día esa discusión con Carlos mi marido. Tantos años intentando tener hijos… tantas pruebas… tantos tratamientos… y últimamente tanta espera para conseguir un niño en adopción que no llega nunca. Y ellos discuten por un nombre.

Y entonces hice una promesa.
- ¡Dios! Si me concedes un hijo, yo le pondré Avelino.

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